Clara Campoamor (Madrid, 1888) fue una de esas mujeres valientes y decididas que, a través de la historia, lucharon activamente por combatir la desigualdad entre sexos y conquistar derechos para las mujeres sin los que nos sería imposible imaginar nuestra vida a día de hoy. Uno de ellos es el derecho al voto femenino que, aunque parezca mentira, no hace ni cien años que se consiguió por primera vez en nuestro país. Campoamor, abogada y política de prestigio, fue una de las mayores artífices de esta lucha y una figura imprescindible para la consecución de este derecho fundamental. Además, fue pionera y referente del movimiento feminista en nuestro país y la fundadora de la Unión Republicana Femenina para defender los derechos de las mujeres. Sus reivindicaciones nacieron de su compromiso con la ciudadanía y de su fe en un mundo más igualitario y fueron fundamentales, tanto para las mujeres de su tiempo, como para las generaciones que llegaron tras ellas.

Clara fue la hija de una costurera y un contable. Desgraciadamente, se vio obligada a dejar sus estudios con solo diez años de edad, cuando murió su padre, ya que tuvo que ponerse a trabajar debido a la necesidad de llevar dinero a casa. Así, la joven ejerció de modista, dependienta y telefonista. Pero Clara no quiso resignarse a este destino y, con gran esfuerzo y determinación, compaginando sus estudios con el trabajo, logró aprobar unas oposiciones para formar parte del cuerpo auxiliar de Telégrafos del Ministerio de la Gobernación. Más adelante, trató de mejorar su situación y lo logró superando otra oposición, gracias a la que fue designada como profesora de taquigrafía y mecanografía en las Escuelas Adultas. En esta época empezó a entrar en contacto con la intelectualidad española y conoció a activistas del feminismo como Carmen Burgos. Seguramente fue cuando la joven comenzó a reflexionar sobre la situación de la mujer, sus derechos, su libertad, la igualdad de sexos… Temas que serían determinantes en su trayectoria posterior.

“La mujer no se resigna, se rebela y se revuelve siempre y cuando todo parece perdido, cree en lo inesperado, cree en el milagro. Digámoslo concretamente: cree en sí misma»
Clara tenía una personalidad despierta e inquieta, su inconformismo le llevó a crecer profesionalmente. Fuente: IG @unatorrededones

Con el tiempo, llegó a ser secretaria de Salvador Cánovas Cervantes, director de La Tribuna, un periódico conservador. En este trabajo tomó contacto con la actualidad. Al ver pasar tantas noticias diariamente ante sus ojos, comenzó a interesarse por la política. Esta inquietud y su personalidad decidida le harían retomar sus estudios de bachillerato y, en 1924, matricularse en Derecho. Así, de ser una niña de clase humilde sin estudios, pasó a ser una mujer universitaria con una gran vocación profesional. Estaba poniendo en práctica lo que más adelante resumiría en este pensamiento: “La mujer no se resigna, se rebela y se revuelve siempre y cuando todo parece perdido, cree en lo inesperado, cree en el milagro. Digámoslo concretamente: cree en sí misma». Por otra parte, en esta época no era común que las mujeres fueran a la universidad, ya que la representación femenina en las aulas alcanzaba solo el 6,5%, lo que convertía su licenciatura en un gran logro. Sin saberlo, Campoamor estaba dando el primer paso de un camino que la llevaría a convertirse en todo un mito de la lucha por conseguir una igualdad real para las mujeres en todos los ámbitos de su vida. 

Durante esa época, tomó conciencia de las injusticias sociales de su tiempo, lo que le llevó a colaborar activamente con asociaciones y a dar conferencias para defender los derechos de la mujer, por ejemplo, en la Asociación Femenina Universitaria o en la Academia de Jurisprudencia.  A los 36 años, era ya una de las pocas abogadas que había en España y la segunda mujer en entrar en el Colegio de Abogados de Madrid, después de Victoria Kent.

En 1931, cuando se proclamó la Segunda República, fue elegida diputada en Madrid por el Partido Radical, fundado por el político Alejandro Lerroux.  Así empezaba su travesía política, toda una aventura que no resultó nada fácil, en la que iba a sentirse sola en muchas ocasiones. Un dato curioso es que, aunque parezca una paradoja, en aquel momento las mujeres podían ser elegidas para ocupar cargos políticos, pero no podían votar. Este hecho debió de hacer reflexionar a Clara y alimentó sus deseos de luchar por el voto femenino. Uno de los capítulos más importantes de esta aventura se escribió cuando, durante el proceso de Cortes Constituyentes de aquel mismo año, formó parte del selecto grupo de personas que elaboraron un proyecto para la nueva Constitución Española. Allí estaba ella, a pesar de no poder ni siquiera votar como una ciudadana más, tomando decisiones sobre un texto tan importante para un país. Clara presentaba propuestas y anteproyectos de ley continuamente que iban encaminados a la consecución de la igualdad. Para eso siempre tenía fuerzas, era incansable cuando se trataba de conseguir justicia.  

«No cometáis un error histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar, al dejar al margen de la República a la mujer, que representa una fuerza nueva, una fuerza joven»
La figura de Clara como mujer universitaria era toda una extrañeza en su época: solo un 6,5% de las mujeres conseguían un título universitario. Fuente: IG @amseld8

En aquella comisión de expertos en leyes, Clara trató de eliminar la discriminación por sexo y defendió la legalización del divorcio y la abolición de la prostitución. Le costó conseguir apoyos, incluso en los sectores más progresistas de la política, ya que, debido a la mentalidad imperante en la época, sus reivindicaciones fueron vistas con recelo y escepticismo. A pesar de los obstáculos, consiguió todas sus reivindicaciones salvo dos: el sufragio universal y la abolición de la prostitución. Pero Clara no iba a rendirse tan fácilmente, ella no era una mujer que abandonase un propósito, y más si lo consideraba justo e imprescindible. 

Para lograr el voto para las mujeres tuvo que esperar a que se celebrase el debate final en las Cortes, el 1 de octubre de ese mismo año. Las palabras que pronunció entonces pasaron a la historia, son conocidas y repetidas por mujeres y hombres de todo el mundo cuando se trata de conseguir la igualdad:  “Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer y considero que sería un profundo error político dejar a la mujer al margen de ese derecho (…) No cometáis un error histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar al dejar al margen de la República a la mujer, que representa una fuerza nueva, una fuerza joven”.  De aquel histórico debate se recuerda también su enfrentamiento con Victoria Kent, otra diputada de su mismo partido que no era partidaria del sufragio universal, porque creía que las mujeres otorgarían la victoria a las fuerzas conservadoras. Sobre esto, Clara siempre defendió con vehemencia “el derecho de las mujeres a equivocarse” ya que, como decía siempre, «la libertad se aprende ejerciéndola».

Finalmente, gracias a su empeño y convicción, se aprobó el artículo 34 de la Constitución que posibilitaba el voto para las mujeres con 161 votos a favor y 121 en contra. ¡Una victoria histórica! Este nuevo derecho que las mujeres conquistaron generó un gran revuelo social y supuso un estímulo en el pensamiento de muchas españolas que sintieron, por primera vez, que eran realmente iguales a sus compañeros. Sin embargo, ¡aún quedaba tanto por hacer! Las intervenciones posteriores de Campoamor también fueron decisivas en la aprobación de la Ley de Divorcio de 1932. Eran dos hitos muy importantes para la libertad de las mujeres y Clara fue fundamental a la hora de lograrlos.

“He trabajado para que, en este país, los hombres encuentren a las mujeres en todas partes y no solo donde ellos vayan a buscarlas»
Mujeres jóvenes muestran con alegría su voto de camino a ejercer su nuevo derecho. Fuente IG @passejantbcn

A pesar de que estaba alcanzando grandes logros, la soledad era cada vez mayor en su entorno político. Cuando lo necesitó, no sintió el apoyo de sus compañeros de partido, lo que supuso para ella una gran decepción. Curiosamente, a pesar de su excelente trabajo como política, en 1933, las primeras elecciones en las que votaron las mujeres, no resultó reelegida diputada, ni tampoco lo fue Victoria Kent. Por este motivo, a Clara la nombraron Directora General de Beneficencia y Asistencia Social, pero abandonaría este cargo a los pocos meses, quizá ya desmotivada por la incomprensión y la crítica, por el escaso reconocimiento a su labor por la justicia social. Ella era una persona de fuertes convicciones, sin duda adelantada a su época, y en ese momento no estaba de acuerdo con algunas decisiones de su partido, por lo que, finalmente, decidió abandonarlo. Una decisión dura que nos demuestra su carácter independiente y fiel a sus principios, hasta en los momentos más difíciles.

En un último intento por seguir trabajando en su pasión, la política, Clara trata de entrar en el partido Izquierda Republicana, pero no se lo permiten. Por este motivo, terriblemente desengañada, abandona su actividad política. Como fruto de sus reflexiones más profundas, en 1936, publica «Mi pecado mortal. El voto femenino y yo» donde analiza su trayectoria. El título nos deja entrever el coste que tuvo para la abogada madrileña la consecución del voto femenino: el aislamiento y abandono por completo de su vocación. Quizá llevaba un estigma demasiado pesado para su época y no había lugar para una mujer tan revolucionaria como ella, en todos los sentidos. Su compromiso por alcanzar una mayor libertad para las mujeres tuvo un alto precio, pero su conciencia la guio siempre en una sola dirección:  “He trabajado para que, en este país, los hombres encuentren a las mujeres en todas partes, y no solo donde ellos vayan a buscarlas», sentenciaba.

«La libertad se aprende ejerciéndola» 
Clara dedicó su vida personal y profesional a conseguir la igualdad entre hombres y mujeres. Fuente: IG @cityjoan84

Cuando estalló la Guerra Civil tuvo que exiliarse, primero a Francia y Suiza, después a Buenos Aires, donde vivió más de diez años. En todo este periodo escribió incansablemente, dio conferencias, tradujo textos y redactó artículos de prensa. Campoamor, a pesar de los obstáculos, nunca cesó su actividad intelectual, su activismo, su lucha. Si no podía ser en la política, lo sería a través de las letras. Aun así, siempre sintió deseos de volver a su país. A finales de la década de los 40 intentó regresar a España, pero no se lo permitieron. Tenía un proceso judicial abierto por ser «feminista, de izquierdas y masona», según la justicia del momento. Si regresaba, podía enfrentarse a doce años de cárcel.

Finalmente, se instaló en Lausana (Suiza) y trabajó como abogada en un bufete. En su corazón siempre sintió una gran tristeza por no poder volver a su país, por el que tanto había luchado. Finalmente falleció de cáncer en 1972. No consiguió volver en vida, pero sí lo haría ya una vez fallecida y fue enterrada, según su deseo expreso, en el cementerio de Polloe en Donosti.

Campoamor siempre será recordada como una trabajadora incansable por los derechos de las mujeres. Fuente: IG @historia_en_color

Por suerte, con los años, la historia la colocó en el lugar que merece y desde hace unas décadas los homenajes a su labor y su legado son innumerables. En 2005 en su honor se creó el Premio Mujer y Parlamento “Clara Campoamor”, que otorgan el Congreso, el Senado y el Ministerio de la presidencia a obras que contribuyen a la difusión de la labor de las mujeres en la política. Al año siguiente, con motivo del 75º aniversario de la aprobación del voto femenino, varios colectivos pidieron que se colocase su busto en el Congreso de los Diputados y fue elegida como personalidad femenina para aparecer en las futuras monedas de euro. Incluso, en 2020, se rebautizó la madrileña estación ferroviaria de Chamartín con su nombre. Una larga lista de reconocimientos necesarios para una mujer que luchó a contracorriente, con ideas innovadoras para su época que defendió de forma brillante, sin miedo al pensamiento imperante. Una mujer apasionada, un ser humano extraordinario cuya figura ha sido decisiva en la vida de las mujeres españolas.
¡Gracias, Clara!

Comments

  1. Decididamente Clara fue un ser humano fascinante y su firmeza y determinación siempre nos servirán de ejemplo tanto a hombres como a mujeres. Su labor fue crucial y sin ella ahora no seríamos las mismas. Gracias por este artículo y por difundir su figura. 🙂

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