Una artista libre, fascinante, inspiradora, atractiva, transgresora, obsesiva, divertida, aristocrática, talentosa, incombustible… Los adjetivos que definen a Tamara de Lempicka, la mítica pintora del art déco, son innumerables. Esta mujer genial, adelantada a su época, fue autora de una obra pictórica que revolucionó su tiempo y que, desde entonces hasta hoy, cuenta con un gran reconocimiento a nivel mundial.
Su figura tiene un halo de misterio que ella misma construyó. Tamara de Lempicka quería llegar a lo más alto y permanecer allí, para ello decidió crear su propio personaje, el de una artista arrebatadora e innovadora que amaba los lujos, las extravagancias y los excesos. Creaba constantemente datos y anécdotas falsas sobre su propia vida, que potenciaban su fama y eran, según Laura Claridge, una de sus biógrafas, su verdad, la que ella contaba a todos. Claridge desmintió muchas de las narraciones que la artista difundía y explicó con rotundidad que creía más en sus propias investigaciones que en la palabra de alguien que hizo del autoengaño una forma de vida. Sin embargo, este rasgo de Tamara evidenciaba también su inteligencia, ya que su estrategia funcionó a la perfección y la artista es considerada una de las personalidades más fascinantes de su tiempo.
Más allá de la exactitud histórica, Lempicka y su obra trascendieron, como ella deseaba. Su arte, gran exponente del art déco, encarnó el nuevo ideal de mujer moderna de principios de siglo: libre, seductora, fuerte, independiente… Sus obras ofrecieron una visión rompedora para la época: una mujer que avanzaba con la modernidad, conductora de automóviles, provocadora, segura de sí misma y dueña de la gran ciudad.
Tamara de Lempicka creó su propio personaje, el de una artista arrebatadora e innovadora que amaba los lujos, las extravagancias y los excesos. Su arte, gran exponente del art déco, encarnó el nuevo ideal de mujer moderna de principios de siglo

María Gurwik-Gorska (su nombre original) nació en Rusia en el seno de una familia adinerada de origen polaco. Todavía a día de hoy, muchos piensan que, en realidad, era polaca, ya que ella misma lo decía para parecer más exótica en la Europa de entreguerras. También decía ser hija del siglo XX, aunque nació en 1895. La influencia que ejerció en su tiempo se demuestra en detalles como que el mismísimo New York Times publicó en su obituario que había nacido en 1906, aún a sabiendas de que era mentira. Y, como curiosidad, pasó a la historia por su obra «Autorretrato (Tamara en un Bugatti verde)», un coche que jamás tuvo, ya que el suyo era un Renault amarillo.
Su madre era una judía adinerada y su padre, un abogado de origen ruso. La joven fue la segunda de tres hijos y recibió una educación acorde a su clase social en un internado suizo. A los 15 años, se mostró muy descontenta con un retrato suyo que su madre había encargado a una pintora francesa, dando muestras de su fuerte personalidad y determinación: «No me gustó el resultado, no era preciso. Las líneas no estaban limpias. No era yo. Decidí que yo lo podía hacer mejor. No conocía las técnicas, nunca había pintado, pero esto no era importante. Mi hermana tenía dos años, la obligué a sentarse y la pinté hasta que finalmente tuve un resultado. Era imperfecto, pero se pareció más a mi hermana que el que la famosa artista hizo de mí”, explicaría más tarde. Aquella sería su primera obra.
Con 16 años, pasó un invierno en Italia junto a su abuela, donde tomó contacto con las grandes obras clásicas de los maestros del Renacimiento, que más tarde le servirían de inspiración. La joven viajó, tomó lecciones de arte, de idiomas y buenos modales. Por desgracia, sus padres se divorciaron cuando ella era menor de edad y, tras un tiempo, su padre desapareció. Tamara se trasladó entonces a la San Petersburgo imperial, para vivir con su adinerada tía Stefa. En 1916, se casó con el abogado polaco Tadeusz Lempicki. Su primer año de casados transcurrió entre noches de ópera, banquetes y lujosos bailes de salón hasta que, en 1917, sucedió algo que transformó su mundo para siempre: estallaba la llamada «Revolución de octubre».
Pasó un invierno en Italia junto a su abuela, donde quedó fascinada por las grandes obras clásicas de los maestros del Renacimiento, que más tarde le servirían de inspiración

La joven pareja lo perdió todo. Tadeuzs, de quien se sospecha que era un espía del zar Nicolás II, fue detenido en medio de la noche por la policía secreta. Tamara se vio obligada a recorrer varias cárceles hasta encontrarlo y solo logró liberarlo con la ayuda del cónsul de Suecia. Por desgracia, este no dudó en aprovecharse de la desesperación de la joven y le exigió pasar la noche con él a cambio del favor recibido. Como resultado, Tamara sintió un odio feroz hacia los bolcheviques el resto de su vida.
En 1918 llegaron a París, donde nació su única hija, Kizette, y el matrimonio comenzó una nueva vida con pocos recursos. Para generar ingresos, su hermana Adrienne le recomendó que estudiara pintura, ya que, de joven, había mostrado talento para ello. Tamara quería recuperar su estatus y comodidades, ya que estos eran sinónimo de una seguridad que no quería volver a perder. Por este motivo, se decidió a tomar lecciones con profesores y artistas de distintas academias parisinas. En ellas aprendió el papel de la pintura decorativa y a fusionar elementos de abstracción cubista. Sus primeras ventas y exposiciones en los míticos salones de arte de París las realizó firmando con su nombre masculino, «Lempitzki». En 1922, su obra comenzaba a adquirir popularidad tras exponer en el «Salón de Otoño».
París cambiaría su vida para siempre, tanto en lo personal como en lo artístico. En los años 20, la ciudad de la luz era el hogar de artistas europeos y americanos que acudían a la capital francesa para nutrir su creatividad, mostrar su arte al mundo y disfrutar de la compañía de otros intelectuales. Tamara sentía un gran rechazo por ellos y, sin embargo, se adentró en su mundo y acabo formando parte de él, como gran artista y retratista de las clases más altas. Fue amiga de grandes personalidades, millonarios, aristócratas, escritores y artistas como Picasso, Cocteau, Orson Welles, Tyrone Power, Greta Garbo y Dalí, entre otros. Segura de su propio criterio, despreciaba a otros ídolos del momento, como Gertrude Stein o Hemingway, a quienes consideraba «personas aburridas», desmarcándose de la opinión general.
En 1918, llegó a París y estudió pintura para intentar generar ingresos. En 1922, su obra comenzó a alcanzar popularidad, aunque vendía y exponía en los grandes salones parisinos con su nombre masculino «Lempitzki»


Su estilo fue llamado «cubismo suave» y combinaba el futurismo, cubismo y su propia interpretación de aquellas obras clásicas renacentistas que la habían cautivado en su juventud. Influenciada por Ingres y por uno de sus maestros, André Lhote, su estética fue personalísima e inclasificable, lo que hacía que sus obras fueran reconocibles con un solo golpe de vista. Su temática principal fue la mujer, y sus géneros favoritos, el desnudo y el retrato.
En aquellos años, una artista con aires aristocráticos, independiente y con un magnetismo como el de Lempicka, se movía libremente por la ciudad, especialmente por la noche. Cuentan que acostaba a su hija y salía para triunfar en fiestas glamurosas, desenfrenadas y repletas de excesos. Después, volvía a casa y pintaba compulsivamente hasta el amanecer. Fue conocida por ser sexualmente libre y tener incontables relaciones, tanto con hombres como con mujeres, muchas de las cuales eran sus propias modelos.
Si bien es cierto que recibió críticas por sus excesos y agitada vida personal, esto era algo común entre los artistas de su círculo, muchos de los cuales asistían a sus fiestas privadas. Tal vez, la crítica se centrase más en que fuera una mujer artista la que protagonizase tales excentricidades, ya que, en aquel momento, los hombres eran considerados las figuras creadoras y las mujeres, sus musas. Romper aquel estereotipo no podía hacerse sin generar cierto escándalo social, que Tamara, de carácter provocador, recibía con los brazos abiertos a pesar de que, en ciertos ambientes, su obra quedaba relegada a un segundo plano. “Vivo en los márgenes de la sociedad, y las reglas de la sociedad normal no se pueden aplicar a aquellos que viven en el límite”, diría la diva del art déco, que no se sometía a las reglas sociales ni morales del momento.
Era una artista con aires aristocráticos, independiente, con un gran magnetismo personal. Disfrutaba de una vida social glamurosa y desenfrenada y volvía a casa de madrugada para pintar compulsivamente hasta el amanecer


En 1925 alcanza definitivamente la fama participando en la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industriales Modernas de París, que más tarde daría nombre al art déco. Sus obras son expuestas en los principales salones y es descubierta por la prensa estadounidense, que lanza su obra y su figura a nivel mundial. Como resultado de este éxito, ese mismo año, realizó su primera exposición importante en Milán (Italia). Para ella, tuvo que pintar 28 nuevas obras en seis meses. Teniendo en cuenta que invertía tres semanas de trabajo en cada retrato, se trató de una gran proeza, que nos da una buena muestra de su disciplina, tenacidad y determinación.
En 1929, se divorció de su esposo Tadeusz. Aquel mismo año, comenzó una relación con el barón húngaro Raoul Kuffner de Diószegh, quien le había encargado un retrato de su amante, a la que dejó por Lempicka en cuanto el encargo (que no favorecía especialmente a la modelo) fue finalizado. Fueron años de éxito de público y financiero, hasta tal punto que atesoró una gran colección de diamantes y joyas. La crítica, sin embargo, no la reconocía y se dudaba de la moralidad de sus desnudos. Sin embargo, sus ventas aumentaban y llegó a trabajar en jornadas de 12 horas diarias para satisfacer los encargos de la aristocracia.
En 1939, convertida en baronesa Kuffner, se muda con su marido a EEUU, huyendo de la guerra y el auge del fascismo en Europa. Allí expuso en galerías de Los Ángeles, Nueva York y San Francisco. Su estilo art decó, tan innovador en otros tiempos, comenzó a verse pasado de moda durante la posguerra, época en la que triunfaría el expresionismo abstracto. Siguió recibiendo encargos, pero cada vez con menor frecuencia. En 1960 comenzó a pintar obras abstractas con espátula y, aunque volvió a exponer en París, no alcanzó el gran éxito de antaño.
“Vivo en los márgenes de la sociedad, y las reglas de la sociedad normal no se pueden aplicar a aquellos que viven en el límite”

Su obra fue el gran exponente del movimiento art déco y define a la perfección la propia esencia de la artista: grandilocuente, glamurosa, colorista, monumental, decadente… Sus creaciones se caracterizan por sus colores brillantes, el contraste de luces y sombras y las líneas precisas y afiladas.
Como ella misma explicaba a su hija Kizette: «Fui la primera mujer en pintar limpiamente y esa fue la base de mi éxito. De cien imágenes, la mía siempre se destacará. Y por eso las galerías comenzaron a colgar mi trabajo en sus mejores habitaciones, siempre en el medio, porque mi pintura era atractiva. Era precisa, estaba ‘terminada’ «, presumía.
En relación a la temática, Lempicka mostraba damas elegantes, frías, inalcanzables. Mujeres seductoras, femeninas, provocadoras, pertenecientes a la burguesía y de la clase acaudalada del momento. En algunas ocasiones, sus modelos presentaban una estética andrógina, vanguardista en aquel momento, y que también respondía al nuevo modelo de mujer. En su famosa obra «Autorretrato (Tamara en un Bugatti verde)», se transmite un mensaje poderoso: la mujer como símbolo de modernidad, libertad e independencia. Esta imagen recuerda la trágica muerte de la bailarina Isadora Duncan, quien falleció estrangulada cuando su chal se enredó en las ruedas de atrás de su Bugatti.
En los fondos elegidos para sus modelos se traslucen también estos valores: rascacielos, automóviles y grandes ciudades que simbolizan el futuro, la velocidad de los nuevos tiempos y un sorprendente rol protagonista para las mujeres, muy distinto al que tuvieron en el S. XIX. En el periodo final de su vida, incluyó también la temática floral.
«Fui la primera mujer en pintar limpiamente y esa fue la base de mi éxito. De cien imágenes, la mía siempre se destacará»

Cuando su marido falleció, en 1961, viajó a México para reunirse con su hija y sus dos nietas. Diez años después, se mudó a la localidad de Cuernavaca, donde falleció 18 de marzo de 1980 y, siguiendo sus deseos, su hija Kizette arrojó sus cenizas sobre el volcán Popocatépetl.
Cuarenta años después de su muerte, esta mujer luchadora, excéntrica y creadora se ha convertido en un icono de su época y sigue estando muy presente en el arte actual. Su estética ha inspirado a grandes diseñadores y cantantes, como Madonna, que es una de sus coleccionistas más destacadas y ha declarado que Lempicka es su principal referente. También creadores en el mundo de la moda, como Ralph Lauren, Carolina Herrera o Versace le han homenajeado en sus colecciones.
Esta increíble mujer, icono, mito, diva y artista, supo representar como nadie la estética y la atmósfera europea de los años 20 y principios de los 30, por lo que su huella se ha hecho imborrable en la historia del arte del siglo XX.
A día de hoy, se considera que Tamara de Lempicka fue la reina indiscutible del art decó y musa inspiradora de varias generaciones de mujeres y hombres que, como ella, luchan cada día por romper estereotipos y conquistar nuevas libertades.

Admiro a Tamara de Lempicka desde el primer contacto visual de sus obras. Soy su fans. Investigo su biografía y logré presentarla en la Feria del Libro16 Mar del Plata, Puerto de Lectura. Tamara de Lempicka íconos del Art Decó y de la Mujer transformadora, creativa y constructora de su vida.
Muchas gracias por escribir en el artículo Rosana.